29 noviembre 2011

Belfast

Belfast era una asignatura pendiente. A caballo entre Irlanda y Reino Unido, tiene un carácter especial, raro me atrevería a decir. No tiene el encanto de la República (ni la ciudad ni sus gentes), y no es tan British como la isla grande.

El barrio oeste es de esos lugares que te dan que pensar. Católicos y protestantes (republicanos y unionistas) habitan en el mismo Belfast, no están en dos zonas opuestas de la ciudad, son los vecinos de una calle y la de atrás. El patio trasero de una casa católica tiene detrás el patio trasero de una casa protestante. Separado, eso sí, por un muro de varios metros de alto rematado con una valla de otros tantos. Las zonas de paso me recordaron al Checkpoint Charlie del Berlín del muro, el que cayó en 1989, siendo esa fecha, aunque ya muy lejana, tardía. Y si no recuerdo mal, la última vez que comprobé estabamos en el año 2011, y aquí siguen con su muro, su valla y sus zonas de seguridad, que aunque abiertas, presentes; a pesar de haber transcurido ya 13 años desde el Acuerdo de Viernes Santo.

El otro punto fuerte de Belfast es el Titanic. Existe una ruta del Titanic, que conduce hasta el astillero donde fue construido, pasando por puntos que no aportan nada sobre este barco en concreto, pero hay que rellenar el recorrido, ya que el lugar está bastante alejado del centro (obviamente, no van a poner un astillero al lado de la catedral).

Si la política norirlandesa no es unos de tus principales intereses, puedes ahorrarte Belfast, pero no puedes perderte la Calzada de los Gigantes, único Patrimonio de la Humanidad (si no entendí mal) en Irlanda del Norte. Es una de esos regalos de la naturaleza, difícil de entender para los profanos, pero alucinante. Son unas 40 mil columnas de basalto, perfectamente hexagonales la mayoría, que van adentrándose en el mar. Y como estamos en Irlanda y aquí hay una leyenda para todo, se dice que había 2 gigantes enfrentados, uno irlandés y otro escocés (cierto es que en Escocia también nos contaron la leyenda) que se tiraban piedras, hasta que al final crearon un paso entre las dos islas. El escocés cruzó y encontró al otro plácidamente dormido, pensó que sería el hijo del otro, y si el bebé era así de grande, ¿¡cómo será el padre!? así que salió corriendo de vuelta a Escocia, hundiendo las piedras en el mar, y creando esta maravilla.


Además de la Calzada, la costa de Antrim tiene castillos, acantilados, una gran playa de arena, donde llevan a trotar a los caballos, y Carrick-a-rede (carricarid) un puente de cuerda de 20 metros de largo que salva un vacío de 30 metros entre un acantilado y una islita, que cada primavera construyen los pescadores de salmones (el puente, no la isla).

Y básicamente ese ha sido mi fin de semana en el norte de la Isla Esmeralda, a la que no me canso de volver.


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